¿Preocupación o ansiedad generalizada?
Preocuparse es parte de la vida. Todos lo hacemos en algún momento: por el futuro, por nuestros vínculos, por el trabajo o por la salud. En general, la preocupación cumple una función adaptativa: nos prepara para resolver problemas. Pero cuando esa preocupación se vuelve constante, difícil de controlar y se extiende a muchas áreas de la vida, puede tratarse de ansiedad generalizada.
La ansiedad generalizada no es solo “pensar mucho”. Es vivir en un estado de alerta casi permanente. La mente salta de un tema a otro, anticipando todo lo que podría salir mal: “¿Y si me enfermo?”, “¿Y si me despiden?”, “¿Y si algo le pasa a mi familia?”. Este tipo de ansiedad suele venir acompañada de síntomas físicos como tensión muscular, problemas para dormir, fatiga o molestias digestivas.
Desde las terapias cognitivo-conductuales y contextuales, no trabajamos en “eliminar los pensamientos”, porque eso suele reforzar el malestar. En cambio, ayudamos a las personas a desarrollar una relación diferente con sus pensamientos ansiosos. A través de estrategias como el entrenamiento en atención plena, la exposición a la incertidumbre y la identificación de valores personales, es posible dejar de responder automáticamente al ciclo de preocupación.
Si sentís que tu mente no descansa y que las preocupaciones ocupan demasiado espacio en tu día a día, podés encontrar herramientas para aliviar ese peso. La ansiedad generalizada tiene tratamiento, y pedir ayuda puede ser el primer paso para recuperar calidad de vida.